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Después de esto, Simón envió a Numenio a Roma con un gran escudo de oro que pesaba cuatrocientos cuarenta kilos de oro, para renovar el pacto con los romanos. (I Macabeos 14, 24)
Destacó en ella soldados judíos, la fortificó para seguridad de la nación y de la ciudad y levantó las murallas de Jerusalén. (I Macabeos 14, 37)
pues sabía que los romanos llamaban a los judíos amigos, aliados y hermanos, y habían recibido con honores a los emisarios de Simón; (I Macabeos 14, 40)
Antíoco acampó junto a Dora con ciento veinte mil soldados de infantería y ocho mil de caballería. (I Macabeos 15, 13)
"Lucio, cónsul de los romanos, al rey Tolomeo, salud. (I Macabeos 15, 16)
Quitó los estatutos benévolos del rey, hechos por Juan, padre de Eupolemo, el embajador que hizo el tratado de amistad con los romanos. Abolió las leyes antiguas, y puso nuevos estatutos ilegales. (II Macabeos 4, 11)
mandó a sus soldados que mataran sin compasión a cuantos encontraran y a cuantos se refugiaran en las terrazas de las casas. (II Macabeos 5, 12)
No contento con esto, Antíoco envió al misarca Apolonio con un ejército de veintidós mil soldados, con orden de degollar a todos los de edad adulta y de vender las mujeres y los niños. (II Macabeos 5, 24)
y matar a todos los que fueron a presenciar el espectáculo. Los soldados recorrieron las calles y mataron una gran muchedumbre. (II Macabeos 5, 26)
Tolomeo designó a Nicanor, hijo de Patroclo, de los primeros amigos del rey; puso a sus órdenes más de veinte mil soldados de diversas naciones y le dio la orden de exterminar a toda la raza judía. Puso a su lado a Gorgias, caudillo militar que tenía experiencia en los asuntos de guerra. (II Macabeos 8, 9)
Nicanor se proponía obtener sesenta y ocho mil kilos de plata con la venta de esclavos judíos, para pagar el tributo debido por el rey a los romanos. (II Macabeos 8, 10)
Y el que se había propuesto pagar el tributo debido a los romanos con la venta de los que estaban en Jerusalén, afirmaba ahora que los judíos eran invencibles e invulnerables, pues tenían a Dios que luchaba por ellos, y cumplían las leyes impuestas por aquél. (II Macabeos 8, 36)