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Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura. (Nehemías 8, 8)
mi abuelo Jesús, después de haberse dado intensamente a la lectura (Eclesiástico 0, 7)
Y leed este libro que os mandamos para que hagáis lectura pública en la Casa del Señor, el día de la fiesta y en días oportunos. (Baruc 1, 14)
Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. (Lucas 4, 16)
Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad.» (Hechos 13, 15)
Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece. (II Corintios 3, 14)
Hasta que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza. (I Timoteo 4, 13)