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Estallido de enojo, infamia y una gran vergüenza esperan al hombre que es mantenido por su mujer. (Eclesiástico 25, 22)
Hay dos cosas que me entristecen y por una tercera se enciende mi enojo: un guerrero sumido en la indigencia, los hombres inteligentes tratados con desprecio y el que vuelve de la justicia al pecado: a este, el Señor lo destina a la espada. (Eclesiástico 26, 28)
Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? (Eclesiástico 28, 3)
Pero el Señor es el Dios verdadero, él es un Dios viviente y un Rey eterno. Cuando él se irrita, la tierra tiembla y las naciones no pueden soportar su enojo. (Jeremías 10, 10)
¡Cómo cubrió de nubes el Señor, en su enojo, a la hija de Sión! Precipitó del cielo a la tierra la gloria de Israel; no se acordó del estrado de sus pies, en el día de su ira. (Lamentaciones 2, 1)
Por eso, así habla el Señor: En mi furor, desataré un viento huracanado; en mi ira, enviaré una lluvia torrencial; y en mi enojo, haré caer piedras duras de granizo, hasta que todo quede derruido. (Ezequiel 13, 13)
Así habla el Señor: Por tres crímenes de Edóm, y por cuatro, no revocaré mi sentencia. Porque persiguió a su hermano con la espada y ahogó todo sentimiento de piedad; porque conserva su enojo para siempre y mantiene incesantemente su furor, (Amós 1, 11)
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. (Marcos 10, 14)
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, (Lucas 15, 28)