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Tú sabes bien quién es Abner, hijo de Ner. Él ha venido a engañarte, para enterarse de tus movimientos y saber todo lo que haces". (II Samuel 3, 25)
Joab salió de la presencia de David y envió detrás de Abner unos mensajeros, que lo hicieron volver desde la cisterna de Sirá, sin que David supiera nada. (II Samuel 3, 26)
Cuando Abner estuvo de vuelta en Hebrón, Joab lo llevó aparte a un lado de la entrada, como para hablar con él en privado, y allí lo hirió mortalmente en el bajo vientre, a causa de la sangre de su hermano Asael. (II Samuel 3, 27)
David se enteró en seguida de lo sucedido y exclamó: "Yo y mi reino somos inocentes para siempre, delante del Señor, de la sangre de Abner, hijo de Ner. (II Samuel 3, 28)
Joab y su hermano Abisai dieron muerte a Abner, porque él les había matado a su hermano Asael, en Gabaón, durante un combate. (II Samuel 3, 30)
Luego David dijo a Joab y a todo el pueblo que estaba con él: "Rasguen sus vestiduras, vístanse de luto y laméntense por Abner". Y el rey David iba caminando detrás del féretro, (II Samuel 3, 31)
cuando sepultaron a Abner en Hebrón. El rey prorrumpió en sollozos ante la tumba de Abner, y todo el pueblo se puso a llorar. (II Samuel 3, 32)
Entonces el rey entonó este canto fúnebre por Abner: Y todos siguieron llorando por él. (II Samuel 3, 33)
Así el pueblo y todo Israel se convencieron aquel día de que el rey no había intervenido en el asesinato de Abner, hijo de Ner. (II Samuel 3, 37)
Cuando el hijo de Saúl se enteró de que Abner había muerto en Hebrón, quedó muy desalentado, y todo Israel fue presa del pánico. (II Samuel 4, 1)
Entonces David dio una orden a los jóvenes, y ellos los mataron. Luego les cortaron las manos y los pies, y los colgaron junto a la cisterna de Hebrón. En cuanto a la cabeza de Isbaal, la recogieron y la enterraron en la tumba de Abner, en Hebrón. (II Samuel 4, 12)
Tú sabes, además, lo que me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los dos jefes de los ejércitos de Israel, a Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de Iéter: como los mató, vengando en tiempo de paz la sangre derramada en la guerra; así manchó con sangre inocente mi cinturón y mis sandalias. (I Reyes 2, 5)