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Cada vez que entraban en celo las ovejas más robustas, Jacob volvía a poner en las pilas y abrevaderos las varas, a la vista de las ovejas, para que se aparearan ante ellas. (Génesis 30, 41)
Pero si las ovejas eran débiles, no ponía las varas. Así las débiles quedaban para Labán, y las robustas eran para Jacob. (Génesis 30, 42)
Supo Jacob lo que los hijos de Labán andaban diciendo: «Jacob se ha apoderado de todo lo de nuestro padre, y con lo de nuestro padre ha hecho toda esa fortuna.» (Génesis 31, 1)
Y se dio cuenta Jacob de que Labán no lo miraba en la misma forma que antes. (Génesis 31, 2)
Entonces Yavé dijo a Jacob: "Regresa a tu patria, a la tierra de tus padres, pues yo estaré contigo.» (Génesis 31, 3)
Jacob mandó a llamar a sus esposas Lía y Raquel, las que vinieron al campo, donde estaba el rebaño (Génesis 31, 4)
Y el Angel de Dios me dijo en sueños: "¡Jacob!" Yo respondí: "Aquí estoy". (Génesis 31, 11)
Se levantó Jacob e hizo montar en camellos a sus mujeres e hijos. (Génesis 31, 17)
Jacob actuó a escondidas de Labán, y no le avisó nada sobre su partida. (Génesis 31, 20)
Al tercer día avisaron a Labán de que Jacob había huido. (Génesis 31, 22)
Se hizo acompañar por los de su tribu y, durante siete días, lo persiguió, hasta que lo alcanzó en la montaña de Galaad. (Génesis 31, 23)
Pero Dios se acercó a Labán el arameo en un sueño, y le dijo: «Cuídate de no discutir con Jacob, bien sea con amenazas o sin violencia.» (Génesis 31, 24)